La promiscuidad egoísta le rompió el corazón al perro maldito
PARTE 1
Su situación debía cambiar.
La desesperación de no haber sentido su carne dentro de alguien desde hace bastantes meses –sino es que años– lo llevó a tomar decisiones igual de inteligentes que las que había tomado constantemente desde hacía casi una década. Esta historia, por tanto, no debe apreciarse como novedad. De saberse inteligente al menos una milésima de lo que él se cree que es, le habría evitado colocarse en esta posición desesperadamente descerebrada, descerebradamente desesperada.
Salvado únicamente por la semántica, prefirió contar que se trataban de meses quizá porque, para el oído de los demás, habría sido extremadamente vergonzoso para alguien como él contarlo en años. Ahora, imagínense haberlo obligado a contarnos cualquier fragmento de esta historia que –según él– nadie conoce –o que nadie debería (debiera) conocer–.
La intuición me conecta con los hechos, no con suposiciones.
Sus entrañas hirvieron de más el jueves, 22 de diciembre. E hirvieron en tal magnitud que su desesperación –esa que tanto había cuidado incluso con el lamentable argumento de «cuidar su semilla»– dejó rastros –como en todo lo que hace– entre desconocidos y anónimos a quienes, con un coraje improvisado por la desesperación –coraje descuidado más tonto que intempestivo–, preguntó, con absurdo e ingenuo anonimato, dos veces por el costo de admisión a ese universo hasta entonces velado, dejando entrever si la cuota de USD$25 a USD$30 cubría únicamente su entrada o, con suerte, la de alguien más. A saber si los desconocidos, tan desesperados como él, le proveerían respuesta. Desde la última vez que me permití revisar, ahí quedó la interrogante sin contestar.
En cualquier otra ocasión, en cualquier oportunidad, siendo cualquier otro el contexto y siendo cualquier otra la persona, cabría sensata la pregunta: «¿Desde cuándo le importaba pagar una cuota así?». Sólo repasar esa pregunta me hunde en la profundidad abismal de la ironía.
Desde fuera, se le cuestionaría toda falta de racionalidad instrumental. Así que, para él, el paso siguiente era el más lógico: (…)